Si bien la consideración de los insectos como alimento no puede ser discutida en la actualidad, el hecho de no haberse consumido significativamente en la UE podría enmarcarles en la compleja categoría de «nuevos alimentos», a pesar de su consideración como alimento milenario. La aventura de comercializarlos en la UE debe ir acompañada del cumplimiento estricto de la normativa sobre seguridad alimentaría y sobre etiquetado de los productos, y no estaría de más informar adecuadamente sobre la naturaleza del producto y las precauciones que debe adoptar para su preparación, conservación e ingesta.
Las primeras referencias sobre los insectos como alimento aparecen en el Levítico 11:20-23, cuyo texto permite a los fieles comer las distintas especies de langosta, saltamontes, ácridos y grillos. Y ya en el Nuevo Testamento se hace una significativa referencia a la alimentación de San Juan Bautista en el desierto a base de langosta y miel silvestre. El conocimiento de la entomófaga o consumo de insectos como alimento era ya una práctica conocida en la Antigua Grecia y Roma, tanto entre las clases ricas como entre las pobres.
Según se cuenta, el plato predilecto de Aristóteles eran las cigarras, que con miel también hacían las delicias de la aristocracia romana. Sin embargo, la familia real era más dada al consumo de larvas del «escarabajo ciervo», tras un período de unos meses sumergidas en vino y salvado. Y si bien estos hábitos alimentarios no han persistido de forma generalizada en Europa, en otros ámbitos se han mantenido como propios de la cultura culinaria, e incluso, de supervivencia de los pueblos. Así, por ejemplo, China tiene una larga historia en el uso de los insectos para la alimentación. En la actualidad, son muy apreciadas las pupas del gusano de seda que ya ha hilado su capullo, los escorpiones y las libélulas, muy populares éstas también en Bali, Laos, Japón y Tailandia.
Y es que en los países del lejano oriente existe una amplia variedad de insectos como alimento, entre ellos saltamontes, escarabajos, hormigas, grillos, chicharras o larvas de libélulas o de abeja, que no dudan en asar, marinar, agregar o combinar con otros alimentos base, como el arroz. La costumbre insectívora es compartida por otros muchos pueblos, desde Australia, donde los aborígenes tienen entre sus comidas preferidas las orugas de una polilla gigante, hasta el Nuevo Mundo, donde el consumo de insectos estuvo muy extendido entre las culturas indígenas y los primeros colonizadores, en cuyas dietas diarias no faltaban los saltamontes, los grillos, las larvas o las polillas.
Tanto en México como en América Central y Sudamérica sigue existiendo una tradición culinaria que abarca un amplio abanico de insectos, que van desde los escarabajos, las hormigas «culonas» o los chinches, hasta los gusanos rojos y blancos, y los populares «chapulines» (una especie de saltamontes). Sin embargo, en otras zonas del planeta, la ausencia de escrúpulos frente a los insectos se ha constituido como la base de su supervivencia. Así, en Ghana, los nativos se alimentan de las termitas aladas, que comen fritas o azadas, y molidas para formar una nutritiva harina, que les aportan proteínas, grasa y aceites, evitándoles la desnutrición.
Las primeras referencias sobre los insectos como alimento aparecen en el Levítico 11:20-23, cuyo texto permite a los fieles comer las distintas especies de langosta, saltamontes, ácridos y grillos. Y ya en el Nuevo Testamento se hace una significativa referencia a la alimentación de San Juan Bautista en el desierto a base de langosta y miel silvestre. El conocimiento de la entomófaga o consumo de insectos como alimento era ya una práctica conocida en la Antigua Grecia y Roma, tanto entre las clases ricas como entre las pobres.
Según se cuenta, el plato predilecto de Aristóteles eran las cigarras, que con miel también hacían las delicias de la aristocracia romana. Sin embargo, la familia real era más dada al consumo de larvas del «escarabajo ciervo», tras un período de unos meses sumergidas en vino y salvado. Y si bien estos hábitos alimentarios no han persistido de forma generalizada en Europa, en otros ámbitos se han mantenido como propios de la cultura culinaria, e incluso, de supervivencia de los pueblos. Así, por ejemplo, China tiene una larga historia en el uso de los insectos para la alimentación. En la actualidad, son muy apreciadas las pupas del gusano de seda que ya ha hilado su capullo, los escorpiones y las libélulas, muy populares éstas también en Bali, Laos, Japón y Tailandia.
Y es que en los países del lejano oriente existe una amplia variedad de insectos como alimento, entre ellos saltamontes, escarabajos, hormigas, grillos, chicharras o larvas de libélulas o de abeja, que no dudan en asar, marinar, agregar o combinar con otros alimentos base, como el arroz. La costumbre insectívora es compartida por otros muchos pueblos, desde Australia, donde los aborígenes tienen entre sus comidas preferidas las orugas de una polilla gigante, hasta el Nuevo Mundo, donde el consumo de insectos estuvo muy extendido entre las culturas indígenas y los primeros colonizadores, en cuyas dietas diarias no faltaban los saltamontes, los grillos, las larvas o las polillas.
Tanto en México como en América Central y Sudamérica sigue existiendo una tradición culinaria que abarca un amplio abanico de insectos, que van desde los escarabajos, las hormigas «culonas» o los chinches, hasta los gusanos rojos y blancos, y los populares «chapulines» (una especie de saltamontes). Sin embargo, en otras zonas del planeta, la ausencia de escrúpulos frente a los insectos se ha constituido como la base de su supervivencia. Así, en Ghana, los nativos se alimentan de las termitas aladas, que comen fritas o azadas, y molidas para formar una nutritiva harina, que les aportan proteínas, grasa y aceites, evitándoles la desnutrición.
Auro Montes 17.522.553
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